miércoles, 24 de noviembre de 2010

"ME VA LA MARCHA": CUANDO NUESTROS HIJOS DESCUBREN LA DISCOTECA. OSCAR A. MATÍAS

En la discoteca siempre es de noche. Allí parece que puedes experimentar novedades sin poner nada en juego.

“¿Y por qué no? ¡Si va a ir todo el mundo!”.

Clara estaba dispuesta a insistir, hasta que su madre quedara convencida. Pero Nuria, sin saber cómo reaccionar ante esta primera vez, no se sentía con ganas de discutir: “¡No vas y punto! ¡Con catorce años no estás preparada para salir a la discoteca!”. Clara sabía que esa misma noche, cuando llegara su padre, el diálogo sería más fácil, y quizás –con un poco más de suerte- conseguiría convencerlo como otras veces lo había hecho.

El momento, tarde o temprano, acaba llegando. Sobreviene un día en el que ir a casa de los amigos a jugar, salir al cine a ver una película, o dar una vuelta con la bicicleta se acaba convirtiendo en “cosa de niños”. La pandilla le ha estado dando vueltas al asunto durante días, se han hablado entre ellos, conocen a otros que han ido y les han explicado las “maravillas” que ahí encontrarán… hasta que se deciden que ya es la hora de probar.

Además, en estas edades adolescentes, empiezan a sentir la atracción hacia el sexo opuesto. La discoteca será un buen sitio en dónde podrán conocer nueva gente y encontrar esa media naranja que su cuerpo les está pidiendo.

Cuando esta decisión se traslada a los padres puede llegar a ser un problema, tanto si se produce una excesiva permisividad como si hay una absoluta prohibición. Ambos extremos pueden ser contraproducentes. En todo caso lo mejor siempre será que los padres se adelanten a ese momento, sin esperar a que llegue por si solo. Hay que estar prevenidos.

La gran evasión

La noche se acaba convirtiendo en el espacio de libertad del adolescente. Los padres no están presentes, no hay un adulto que les controle, la exigencia del día escolar desaparece y los límites acaban difuminándose. Para muchos la discoteca se convierte en su desahogo, en la válvula de escape que necesitan tras la semana de colegio.

Incluso hay quienes ahí consiguen experimentar un increíble proceso de transformación: tímidos que se vuelven osados, solitarios que se ven acompañados, antipáticos que parecen simpáticos, inocentes que pierden la inocencia, rechazados que son aceptados, mojigatos que resultan audaces y fracasados que consiguen triunfar.

En la discoteca siempre es de noche. En ella muchos creen encontrar la libertad recién descubierta y la quieren estrenar a toda costa. Pueden bailar, beber, charlar, conocer gente, experimentar nuevas sensaciones, estrenar experiencias… sin poner nada en juego. Las luces relampagueantes anulan la vista; la música estridente, el oído; el alcohol, el gusto y el habla; el ambiente cargado, el olfato; y la aglomeración de cuerpos, el tacto. El desajuste de los sentidos obnubila la razón, la comunicación se hace imposible, se habla a gritos y el contacto físico sustituye a las palabras: en una discoteca hay poco que decir.

Y entonces… ¿qué hacer?

Es cierto que para muchos jóvenes las discotecas son la única forma de ocio que conocen. Si entonces prohibimos a nuestros propios hijos e hijas que vayan… ¿qué alternativa les damos? Porque la única opción que puede quedarles es la de quedarse encerrados en casa, con caras largas, perdiendo el tiempo y aburriéndose.

¿Cómo afrontar el tema de las discotecas con un hijo nuestro?

- Informarle sobre lo que se va a encontrar y cómo enfrentarse a ello.
- En ningún momento ir a la discoteca se ha de convertir en la única opción de ocio. Es razonable acudir de vez en cuando, pero no que se convierta en hábito.
- Plantear otras alternativas. Los padres deben preocuparse por educar en el ocio de los hijos. Hay que tener en cuenta que la manera de vivir el tiempo libre influye en la manera de vivir el resto del tiempo. El deporte puede ser una buena solución: quien está enganchado al deporte no lo está a la noche; en cierto modo, son incompatibles.
- Siempre pactar un horario de llegada y establecer sanciones por su incumplimiento. Es muy conveniente ir a buscarlo o, si va otro padre, estar levantados cuando llegue a casa. Aprovecharemos para preguntarle cómo le ha ido, si se lo ha pasado bien, y para observar.
- Saber o informarnos sobre dónde y con quién va.
- Controlar el dinero que gasta
- Conocer bien a nuestro/a hijo/a, no vaya a ser que el deseo de ir a la discoteca no sea sino una forma de enmascarar un problema de personalidad (timidez, sentimientos de inferioridad, inseguridad, etc…).
- Enseñarle habilidades sociales. Si no las tiene, cuando salga a una discoteca o a cualquier sitio, será pasto fácil de los manipuladores de turno

Fuente: http://www.forumlibertas.com/

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