martes, 16 de noviembre de 2010

NO HAY MEJOR LUGAR PARA CRECER Y PREVENIR QUE LA FAMILIA. SALVADOR CASADEVALL

A dialogar, estimados padres, aunque sea entre plato y plato. O entre jugo y café con leche


Es la familia, para nuestra forma de ser, el lugar que genera y sostiene el crecimiento de los hijos y es en la familia donde los padres transmiten su estilo, su forma de ser, sus valores, sus costumbres y sus creencias.

Familia y escuela ponen el sello del como serán los chicos y de los dos, la familia siempre es la de mayor influencia en el como se es.

¿Por qué? Porque el ámbito familiar ocupa un lugar más intimo en toda vida de chico.

Lo que allí se vive es más profundo, deja una marca más profunda.

La familia es el ámbito donde se puede seguir de cerca la evolución de la personalidad. Es allí donde se detecta cualquier desviación a costumbres que no pueden favorecer.

No hay mejor lugar para prevenir que el ámbito familiar.

Cada etapa tiene conductas lógicas y otras que muchas veces son incomprensibles para los padres.

Hay conductas que los padres enseñan y los hijos no hacen otra cosa que ensayarlas, son como los artistas: unos escriben la obra y otros las ensayan para representarla.

Las conductas que muchas veces los padres no entienden es porque vienen de afuera. Son de otros, son impuestas por nuevas costumbres, por nuevas formas de ver las cosas.

Y en ellas el chico ve algo nuevo: que le atrae precisamente por eso, porque es nuevo, es original y de alguna manera empieza a ser propio de él. Es la adolescencia la etapa en que esto sucede. Ya quiere ser él, ya quiere tener actitudes propias aunque no las entiende del todo.

Hace algunos años esta etapa era más sencilla de pasar. Había una serie de ritos que se iban encadenando.

A los 18 años el hijo recibía las llaves de la casa, el permiso para salir de noche, tal vez hasta podía usar el auto de papá. Y no hablemos de aquel antes que se le ponían los pantalones largos. Era toda una ceremonia.

Cuando eran chicos, los pantalones también eran chicos. Del pantalón corto al pantalón largo era un salto preestablecido.

Ahora no hay edad para empezar a usarlos.

Casi podríamos decir que se nace con los pantalones largos puestos.

En las niñas, ¿qué ocurría con las niñas? Este pasaje lo marcaba la fiesta de quince y era el primer baile donde, organizado por la familia, la joven participaba del primer encuentro con los varones.

Sin embargo, esta iniciación no implicaba que, a partir de ese momento, podía salir a bailar fuera de casa; las reuniones continuarían en otras casas de familia o lugares conocidos.

Las cosas eran así de claras, así de simples: los rituales, las costumbres marcaban el fin de la infancia, el comienzo de la adolescencia y qué conductas se esperaban de los jóvenes.

Hoy este pasaje no está marcado por rituales o costumbres y, con frecuencia, tanto padres como hijos se confunden, y los padres no tienen claro qué pueden o no hacer sus hijos, qué es lo adecuado y qué puede favorecerlos.

En qué debo decir “no”.

Muchos jóvenes comienzan a edad temprana a consumir alcohol y drogas en una búsqueda de conductas que los diferencie de sus padres.

¿Puede la familia evitar que un joven consuma alcohol y drogas? Si, puede.

Pero para ello es necesario el diálogo familiar.

Muchas veces ya hemos mencionado que la mejor prevención es la mesa familiar, sin televisor, que permite, entre plato y plato, hablar, dialogar, decir las cosas, explicarlas, meter en la cabeza de nuestros hijos lo que pasa, lo que les pasará, si entran en el mundo de la droga y el desenfreno del alcohol.

Hay que educar para que sepan medir el riesgo que acarrea el alcohol y la droga y que comprendan que este consumo los llevará a detener su crecimiento.

El consumo anestesia y paraliza el crecimiento emocional, frena proyectos, impide concluir estudios, disminuye el interés por la vida, produce confusión y desaliento por las cosas que uno tiene que hacer.

¿Pueden los padres hacer algo concreto? Si pueden. Mejor digamos, que deben hacerlo. Si no lo hacen ellos, ¿quien lo hará?

Es más, nadie como ellos lo hará tan amorosamente, deseando para sus hijos lo mejor. Ningún padre, ni ninguna madre desea lo malo para sus hijos.

Y el mundo de la droga y el alcohol no es bueno. No hace bien.

No lleva al bien.

Si no puedo evitar que las cosas malas sucedan, si puedo hacer todo lo que sea necesario para evitar que nos afecten, que nos dañen.

A prevenirse tocan, estimados padres.

Hay que sacar el televisor de la mesa familiar.

Nosotros nunca tuvimos el televisor donde se come.

Nosotros somos de la generación que vimos nacer la televisión y por suerte, no se nos ocurrió poner el aparato en el comedor.

Decimos suerte, porque cuando lo hicimos, no lo hicimos pensando en ninguna razón.

Hoy nos felicitamos por haberlo hecho.

La mesa familiar pudo seguir siendo el reducto de la conversación familiar.

En el mundo de hoy casi no queda otro momento para dialogar, que el momento de sentarse a la mesa.

Recuerdo lo que me contaba un amigo que ante estas palabras que me escuchó decir y no pudiendo ni almorzar ni cenar todos juntos, decidieron levantarse todos temprano y convertir la mesa del desayuno en un momento de diálogo.

Hay que saber encontrar el cómo. Algunos tuvieron que sacrificar una hora más de cama, pero fue para bien de todos.

A dialogar tocan, estimados padres, aunque sea entre plato y plato. O entre jugo y café con leche.

Fuente: Catholic.net

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